miércoles

Entrevista a PAUL B. PRECIADO

En conferencia. Paul B. Preciado en el MALB A ante un auditorio repleto que dejó gente fuera del edificio.

Bajo un régimen de testosterona administrado desde 2005 en una clínica activista de los Estados Unidos, el español Paul B. Preciado, antes Beatriz, convirtió su experiencia vital en un arma política y se recreó a sí mismo pensando en otra ciudadanía. En su vida y sus libros, sostiene que ni la heterosexualidad ni la homosexualidad existen, sino que son ficciones políticas, así como ser varón o mujer son construcciones. También se declara crítico del feminismo ortodoxo de los años 70. Originalmente asignado mujer, Preciado es un disidente del sistema sexo-género. Pospornografía, farmacopornografía, sexualidades disidentes, Estado, capitalismo, testosterona, queer, lesbiana, yonqui, bruja y loco: por todo esto pasará –con brillo, gracia y astucia–, este filósofo experimental en nuestra charla.

Estuvo en Buenos Aires por primera vez y confirmó su rango como el referente internacional más radical de los estudios de género, del cuerpo y de la sexualidad. También es una especie de asombroso rock-star de la filosofía y el activismo de género. De hecho, en cada lugar en el que estuvo lo esperaban filas de admiradoras/admiradores que literalmente le tiraban sus números de teléfono con mensajes de amor. Lo más interesante y genuino de Preciado es que él mismo es su conejillo de Indias “teórico-práctico”. Preciado es la forma más efectiva de evidenciar sus postulados. Tiene un aspecto masculino, poco vello, voz grave, piel suave de mujer. Pero sus palabras electrizan al auditorio y lo buscan movilizar. Masculino sin ser definido como varón, no hay norma que capture con exactitud su género, primero, porque él mismo lo rechaza. Pero al hacerlo, guiña un ojo graduando, tan luego, su testosterona. Preciado hackea, por lo menos, el sistema sexo-género. Invitado por la Embajada de España en la Argentina, brindó una charla en el Centro de España en Buenos Aires (CCEBA) junto al colectivo español Post-Op, más una conferencia en el MALBA.
–La primera pregunta es la del millón: ¿por qué tomar testosterona para masculinizarte, cuando criticás fuertemente el género masculino?
–Primero porque es parte de mi propio proceso de disidencia de género. Se me asignó el género femenino en el nacimiento y a partir de ahí toda mi vida, mi ser, ha sido disciplinado como femenino. Pero yo nunca me sentí mujer; nunca pude identificarme realmente como mujer. Después se me han ido asignando distintos tipos de identidades, como la de lesbiana. Pero cada uno construye de alguna manera su subjetividad en el marco de las técnicas que le son posibles.
–¿Qué marcó la gran diferencia entre tu generación y otras de mediados del siglo XX sobre cómo pensar la relación con el género y la sexualidad?
–Lo que creo que es fascinante para mi generación (o lo que yo pienso que es mi generación, porque para muchas personas que nacieron en los años 30, 40 quizás no fue tan fácil como para nosotros) es que a finales de los 90 comenzaron a circular muchísimas hormonas por los grupos en los que yo trabajaba, los de activistas. Y lo que parecía imposible se convirtió en posible. Era una de las posibilidades de construcción de tu propia subjetividad disidente. Para mí la idea no es cambiar de sexo, yo no creo en eso. Soy una especie de agnóstico del sexo, una especie de ateo del sistema sexo-género. No creo que exista la feminidad ni la masculinidad, sólo son ficciones políticas normativas. Pero es cierto que de alguna manera este alimentar mi propia disidencia desde el lugar de la masculinidad, para mí es de un enorme goce político. Y poder hacerlo primero con administración de testosterona en bajas dosis, con la escritura de mi libro ( Testo yonqui , cuenta su autoexperimentación con los fármacos y los cambios que se van produciendo en su cuerpo), el contacto con todos los activistas, lo he estructurado como un proceso político, no como un proceso de género. Lo que normalmente sucede cuando una persona transexual quiere cambiar de sexo es que primero se declara disfónico de género, luego hay que seguir un protocolo, y luego lo que intenta es pasar, es no decir que es transexual sino inscribirse en el sistema sexo-género. Y eso es muy fácil, porque con seis meses de testosterona realmente es muy fácil. Algo muy distinto es afirmar abiertamente tu identidad como transexual, tu identidad como una subjetividad construida. La masculinidad es un constructo. Para mí la masculinidad no es un origen; yo no estoy buscando el hombre que yo era.
–¿Quién buscás ser al tomar testosterona?
–Para mí la masculinidad es una ficción política posible que viene de mi disidencia política, pero en la que no creo. Mis modelos de masculinidad son disidentes. Son mis amigos homosexuales, etc. Por ejemplo, Malcom X es un modelo que me interesa, de resistencia a la masculinidad blanca heterosexual normativa con la que yo juego y articulo. Hay una reinscripción de todo un modelo normativo, por supuesto. Pero de alguna manera todo mi cuerpo y toda mi historia está ahí, siempre, como el testimonio de un fallo con respecto a la masculinidad normativa.
–Podría ocurrir que una persona cambie de género varias veces en su vida, ¿no? El proceso de cambio a través de las hormonas podría ser reversible.
–Sí, esto de la reversibilidad está clarísimo: alguien puede tomar dosis de hormonas seis meses, dejarlas, retomarlas, volver a tener la regla, quedar embarazado… Es decir, en principio, nada impediría que alguien pudiera estar en un proceso de producción y modulación de género.
–Bueno. Molestaría en términos de su definición como ciudadano y en su relación con el Estado, por ejemplo.
–Eso sí, absolutamente.
–¿Cómo se relacionaría y encajarían, entonces en estas relaciones y aparatos institucionales, todos estos cambios reversibles que mencionamos?
–La cuestión es qué interés puede tener un Estado en definir a la totalidad de la población como productores de esperma o de óvulos. Es simplemente un interés de gestión de la fuerza productiva de una Nación. Es pensar a un ciudadano simplemente como un sujeto reproductivo, nada más. Pero eso, en un contexto en el que realmente incluso las propias nociones de producción y reproducción están en cuestión, en el que la precariedad es mucho más importante que el trabajo, donde el no-trabajo es más importante que el trabajo: eso sería una parodia absurda. Lo que se impone es, probablemente, un nuevo estatuto de ciudadanía, un ciudadano pensado no desde la epistemología de la diferencia sexual sino como un cuerpo vivo.
–Hiciste un conocido trabajo sobre la revista Playboy y la pornografía (“Pornotopía: un ensayo sobre la arquitectura de Playboy y la biopolítica”). ¿Qué es la pornografía? ¿Qué representó Playboy en su momento?
–En plena Guerra Fría –momento de macartismo, es decir, de una gran vuelta a los valores tradicionales y la familia heterosexual normativa en EE.UU.– de repente aparece la revista Playboy en el año 1953 y rápidamente se convierte en la más vendida. Playboy va a reutilizar algunas de las revistas que el gobierno estadounidense imprime en la guerra.
–En tu visión crítica de la heterosexualidad, ¿cómo interpretás el surgimiento de la pornografía?
–Es súper interesante: aparece como un instrumento estatal, es decir, un instrumento de gobierno, del Estado, para los soldados en tiempos de guerra a mitad del siglo XX. El gobierno estadounidense en su momento lo llamó “apoyo técnico a las tropas”. Y lo que sucede con Playboy es que la generación que volvió de la guerra quiso seguir consumiéndola. Entonces Playboy transforma ese lenguaje pornográfico de la guerra en el vehículo de la invención de un nuevo tipo de varón heterosexual, que ya no es el productor fordista, sino que es un nuevo productor que para mí es el antecedente del sujeto farmacopornográfico contemporáneo, que es Hugh Hefner (creador de Playboy), que está encerrado en su casa 24 horas al día en su cama redonda, conectado al teléfono, con una forma de sexualidad que ya no es un acto sino una representación pornográfica, es decir, una producción audiovisual. Y que es también una forma de producción de capital... Hay una incitación constante a la utilización del aparato masturbatorio que además es una forma de producir la masculinidad.
–¿Cuál es el lazo entre placer, cuerpos disidentes y pospornografía?
–Con la pospornografía aparecen formas de producción del placer fuera de repertorio. Como la del colectivo Post-Op (investiga género y pospornografía desde lo queer-transfeminista) y la alianza con los colectivos de diversidad funcional (los colectivos de personas con problemas motores, discapacidad funcional), que tienen otras formas de sensibilidad, otro acceso al placer. Entonces, Post-Op hace talleres en los que reinventan una pornografía para otros cuerpos. Ya no está hecha para el hombre heterosexual ni tiene que ver con la erección, la eyaculación o la penetración. Ya no se trata de pornografía ni de producción de capital. No, no es sólo un dispositivo masturbatorio mediado por la tecnología.

Entrevista realizada por MERCEDES PEREZ BERGLIAFFA. Compartida de El Clarín